Con los avances en tecnología, ciencia, crecimiento económico y redes de comunicación, podríamos pensar que la humanidad ha superado también muchos de los problemas de salud pública, pero la realidad es otra.
La pandemia derivada del Covid-19 nos recuerda lo frágil que es la humanidad y lo vulnerables que podemos ser frente a un virus que nos despojó de la seguridad no solo a nivel físico, si no también a nivel social. Las autoridades toman decisiones que deben homologarse por el bien común, crear reglas que permitan ejecutar cierto control, pero finalmente es responsabilidad de cada uno aplicar las medidas para que todos podamos superar este parteaguas sanitario de la historia moderna.
La desinformación también puede crear pandemias, caos en redes sociales, difusión y ejemplos erróneos de lo que «se puede o no», de lo que «se debe o no» hacer, según «algunos» que se sienten amenazados por todo lo que no son capaces de entender o explicar. Hoy entramos además a una gran polémica, «no se metan con mi derecho a enfermarme», «no me obliguen a ponerme una vacuna», «no decidan sobre cómo debo o no cuidarme» podrían parecer frases sin sentido en estos tiempos donde nuestro día a día ha sufrido un vuelco de 180° y más aún, donde la elección no solo afecta al individuo, si no a todos los vecinos de este planeta.
Científicamente comprobado es que las vacunas han salvado decenas de millones de vidas. Sin embargo, en muchos países, los expertos en salud han identificado una «creciente reticencia» a la vacunación y aunque la desconfianza hacia los médicos y gobiernos que alimentan el movimiento antivacunas puede parecer un fenómeno del 2022, las raíces del activismo actual se originan hace más de un siglo. La oposición a la vacunación es tan antigua como las vacunas mismas.
La OMS declaró a principios de 2019 a «las dudas y el rechazo a las vacunas» como una de las 10 principales amenazas para la salud mundial.
Pero para entrar en contexto, remontémonos antes de que las vacunas existieran, cuando millones de personas morían cada año por enfermedades que ahora se pueden prevenir.
Los chinos fueron los primeros en descubrir una forma temprana de vacunación en el siglo X: la variolización consistía en exponer a personas sanas a tejidos de las costras causadas por una enfermedad para desarrollar la inmunidad.
Ocho siglos más tarde, el médico británico Edward Jenner se dio cuenta de cómo las ordeñadoras contraían la viruela vacuna, pero raramente contraían su forma más grave y mortal. En 1796, llevó a cabo un experimento en un niño de 8 años llamado James Phipps. Le insertó pus de una herida de viruela vacuna y desarrolló síntomas, pero una vez que se recuperó, le introdujo viruela mortal y el niño permaneció saludable. La viruela vacuna lo había hecho inmune. Tiempo después, los resultados fueron publicados y la palabra «vacuna» —que proviene de vaca— fue acuñada como término para designarlas.
Cabe resaltar que las vacunas funcionan imitando a los virus y las bacterias, las bacterias debilitadas o muertas se introducen en el paciente, los glóbulos blancos se activan para producir anticuerpos que combatan al agente extraño, así, si un paciente sufre la enfermedad más adelante, los anticuerpos neutralizan las células invasoras. Los avances en investigación biológica han permitido identificar en muchos casos las proteínas que permiten que el virus infecte y se multiplique en las personas.
A partir de este conocimiento y los avances en la biología, las vacunas han ayudado a reducir drásticamente el daño causado por muchas enfermedades. La vacunación provocó una caída del 80% en las muertes por sarampión entre 2000 y 2017 en todo el mundo según la OMS. La poliomielitis (polio) es una enfermedad que prácticamente ha desaparecido.
Entonces ¿Por qué algunas personas rechazan la vacunación? Las sospechas sobre las vacunas existen, casi desde hace tanto tiempo como las propias vacunas. Por primera vez se actuaba sobre un área de la vida privada de las personas: su salud. La gente era escéptica por cuestiones religiosas, porque pensaban que la vacunación no era limpia o porque sentían que infringía su libertad de decisión. A principios del siglo XIX, las llamadas «ligas antivacuna» emergieron en Gran Bretaña, presionando para que se crearan medidas alternativas para combatir la enfermedad, tales como aislar a los pacientes.
Una de las figuras clave en la historia reciente de este movimiento es Andrew Wakefield, un médico radicado en Londres que publicó un informe en el que establecía falsos vínculos entre el autismo y las enfermedades intestinales con la vacuna triple viral que se administra a niños pequeños para combatir el sarampión, las paperas y la rubeola.
A pesar de que su informe fue desacreditado y Wakefield fue eliminado del registro médico en Reino Unido, hubo una disminución en el número de niños vacunados después de sus afirmaciones y esto llevó a un aumento de los casos de sarampión más adelante.
Además, el problema de las vacunas está siendo cada vez más politizado. Sin ir más lejos, el expresidente estadounidense Donald Trump, sin pruebas, relacionó también a las vacunas con el autismo y aunque después pidió a los padres que sí aplicaran la vacuna, el daño en «su público» estaba hecho.
Pero el caso más reciente, con el tenista serbio número uno a nivel mundial, Novak Djokovic, lo coloca en medio de una gran polémica tras serle revocada la visa para participar en el Abierto de Australia, por no querer ponerse la vacuna contra Covid-19. Tiene 34 años y no ha revelado oficialmente su estado de vacunación frente al coronavirus, pero ha dejado clara su oposición a las vacunas. Se está volviendo un personaje de referencia para las teorías antivacunas y por esto! como símbolo de la libertad de elección, ¿aunque su libertad pueda poner en riesgo la salud de los demás?.
¿Cuáles son los riesgos de no vacunarse?
Cuando una alta proporción de la población se vacuna ayuda a prevenir la propagación de la enfermedad, lo cual protege a quienes no han desarrollado la inmunidad o no pueden ser vacunados. Eso se conoce como inmunidad de rebaño o de grupo y cuando se rompe, existe un riesgo para la población en general.
Y la controversia encabezada por esta figura pública, coincide en un momento donde el incremento de contagios sigue aún cuando una gran parte de la población mundial cuenta con doble o triple esquema de vacunación. La pregunta que surge entonces es por qué tanta gente que está vacunada se sigue infectando de Covid, especialmente ahora con Ómicron que es la variante dominante.
Este hecho puede ser tomado por grupos antivacunas como prueba de que las inmunizaciones no son eficaces para detener el avance del coronavirus.
Y ciertamente, la vacunas no evitan la infección, no son medicamentos, no «curan», pero sí han demostrado que son muy buenas para prevenir y no llegar a la versión más severa de la enfermedad y esta protección es igualmente importante, porque mantienen a la mayoría de las personas infectadas lejos de los hospitales y de la muerte.
Mismo caso con la vacuna contra la influenza que se aplica cada año, ayuda a bajar el riesgo y evita las frecuentes complicaciones en los grupos más vulnerables, como los niños, las mujeres embarazadas y adultos mayores.
Hagamos pues un acto de conciencia, entendamos que en esta batalla no podemos ir en solitario, dicen los expertos -entendiendo que no solo es acto de fe, si no de hechos- que la vacuna consigue transformar la Covid-19 en una enfermedad «más manejable» que se puede tratar en casa.
Informarse es la clave, no dejarse llevar por rumores, aún el mejor tenista del mundo o el mismo presidente de México pueden tener puntos de vista, datos y creencias distintas, que no necesariamente son los adecuados para todos los demás, aquí no aplica el ser parte del rebaño…
¡Decide cuidarte y cuidarás a los demás!